Your Song [Deborah]

La estancia de Deborah en el Distrito 4, aquel día, era un total misterio. Le agradaba recorrer Panem, pues estar en su casa le aburría de vez en cuando; pero irse tan lejos de su Distrito, no parecía algo lógico. Esperaba que su mamá no le preocupara su tardanza, porque no pensaba volver a su hogar, todavía. Si ya estaba allí, pues allí se quedaría hasta que atardeciera y tuviese que volver a casa de alguna u otra manera. Aunque si encontraba un lugar en dónde quedarse, pues lógicamente, no volvería al Distrito 8, sino hasta el día siguiente, temprano.

De un momento a otro, se encontró que ya estaba caminando por las calles atestadas de gente. Sonrió y agachó la cabeza, para no llamar mucho la atención, y se metió al centro; por los lados comerciales. Con mirar no se le quitaría nada, además que tenía mucho sin husmear entre vitrinas lujosas. Vestidos, zapatos, camisetas con bandas que a penas y ella había escuchado a algún residente de su Distrito, de esos veteranos que se sentaban en una silla de cables azul y blanco, en medio de las calles. Esos señores, vivían recordando que hubo un tiempo en el que Panem tenía buena música, de los cuales muchos precursores, estaban en las camisetas que ahora Deborah miraba con deseo.

Suspiró con algo de molestia, y se cruzó de brazos para seguir mirando vitrinas y más vitrinas. Ya no tenía ni un poco de ánimos, para seguir mirando. De pronto, chocó con una señora algo mayor, la cual iba con unas bolsas que parecían algo pesadas. La castaña abrió sus ojos como platos, con algo de angustia; y se agachó para ayudarle a recoger todo lo que se le había caído, por su culpa.

- Lo siento, lo siento... No he visto por donde iba, y... -Siguió hablando rápidamente, mientras recogía unas pocas cosas como cereales y esas cosas que daba el Capitolio para "ayudar" a los pobres. Teselas, supuso Deborah, y un escalofrío le recorrió el cuerpo, al imaginarse a sí misma, pidiéndolas para poder ayudar a su familia; con las consecuencias de tener una papeleta más, dentro de los juegos. Una vez, la señora se hubo ido, diciéndole que no pasaba nada; Deborah se levantó nuevamente e intentó respirar con normalidad, luego de haberse agitado por remper algunas bolsas de la señora.

- Hola -Escuchó a alguien saludar y mirar a las vitrinas. Deborah, con algo de recelo, se giró; e instantaneamente sonrió feliz. Sebastian se encontraba a su lado, sonriéndole también, mientras se cruzaba de brazos. Lo miró, alzando una ceja y se recogió el largo cabello castaño, para luego acercarse y estamparle un beso en la mejilla, a su amigo.

- ¡Sebs! -Exclamó, y luego se separó de él, con una gran sonrisa- ¿Me estás persiguiendo? -Preguntó, divertida, fingiendo un tono de voz, de total desagrado ante la idea, para luego hacerle cejitas, divertida.

Su ceño fruncido pudo haber sido bastante gracioso, para sus hermanos. Continuamente, ellos se burlaban de que las cejas de Deborah se unían de una manera nada común, y las arruguitas que le formaban en la frente, eran dignas de admirar. Y en ese momento, supuso que estaba en la misma posición. Sebastian se había reído de ella, y para completar, debía admitir que tenía razón. Ella era la que estaba en su distrito. Así que soltó una pequeña carcajada, ahogada por el ruido que estaba haciendo en aquel lugar, y lo miró nuevamente.

- Oh, claro que sí... No pasa un día en el que no desee venir a verte, Sebastian -Dijo con sorna, y aunque era verdad; no iba a aceptarlo, porque simplemente, no le apetecía ser el hazme reír de su amigo. Deborah era de las chicas testarudas, que vivía extrañando a sus amigos, y aburrirse de muerte en casa; pero que jamás lo aceptaba por pena y miedo a la burla.

Y no era que Sebastian se burlase de ella todo el tiempo. De hecho, se podía decir que era, más bien, un tira y encoge. Le hacía preguntas en las que ella pudiese dejarse en evidencia, aunque sabía que ella jamás contestaría lo que él quería, para burlarse. Parecía que lo hacía consiente. Y Deborah lo agradecía internamente.

Sonrió y se asomó por encima del hombro de su amigo; para mirar a los niños que correteaban gritando incoherencias dignas de crío. Ella adoraba ver a los pequeños jugar, pues a parte que le recordaban enormemente a su infancia; le parecía que eran bastante tiernos. Asintió, y por un momento, una escalofrío le recorrió la espina dorsal, dejándola con un amargo sabor de tristeza, al pensar que si todo seguía así, todos los niños a los que conocía, estarían dentro de unos años, así como ella: Nerviosa y con ganas de no haber nacido jamás, para no tener que mirar como personas que ella conocía, probablemente podrían morir de un día para otro, de la manera más sangrienta que había.

- Lo recuerdo... Las cosas estaban tranquilas en ese tiempo. No nos preocupaba nada más, que molestarnos entre nosotros -Murmuró, con la mirada perdida. No quería ponerse sentimental, ni mucho menos; y tampoco hablar sobre algo tan deprimente, como lo que dentro de poco, pasaría; y menos con Sebastian. Quería pasar tiempo con él, y no precisamente hablando de cosas tristes-. Y claro... tú morir por mis huesos -Comentó a la final, para alejar la tensión de sí, sacando un comentario tan egocéntrico por su parte, para picarlo; mientras ellas sonreía divertida.